Es lo primero que hacemos cuando tan sólo tenemos unos días, a lo que dedicamos con pleno foco los primeros 20 años de nuestra vida, y lo que nos permite movernos con aparente soltura el resto de nuestra vida. Es el aprendizaje, eso que nos ha llevado, como especie y como individuos, a prosperar en sociedad.
Aprender es mucho más que estudiarse algo para luego memorizarlo. Aunque ese haya sido el principal aprendizaje después de pasar la selectividad, hace ya algunos añitos, lo cierto es que nuestra vida se basa en un aprendizaje continuo. Aprendemos hasta el día que morimos, hasta el día que dejamos de ser conscientes de nuestro propio ser.
Cuando apenas tenemos unos días, empezamos a observar el entorno para obtener pistas de donde estamos, de quien nos rodea, de qué forma podemos relacionarnos con lo que los psicólogos llaman “el medio” (ese conjunto de personas, experiencias, situaciones y realidad que nos rodea). Los recién nacidos pueden ver, pero su visión es limitada. Prefieren mirar caras y objetos con alto contraste. Pueden enfocar mejor a objetos que estén a unos 20-30 centímetros de distancia, aproximadamente la distancia entre la cara de un padre y la del bebé durante la lactancia. Empezamos a movernos, a entender el cuerpo en el que estamos, y a ver cómo cuando decidimos mover una pierna, esta se mueve. Comenzamos a coordinar todo el organismo, como si de un robot se tratara, hasta que descubrimos que nuestra garganta emite sonidos. Nos maravillamos con el sonido que retumba en nosotros mismos, con la sensación de estar escuchando nuestra voz por primera vez. Y, una vez pasada esta experiencia, notamos que esa misma voz sorprende, alegra o enfada a otros. Tus padres van a verte cada vez que emites sonidos en forma de llanto o chillidos, lo que refuerza indirectamente tu postura natural de volver a hacerlo cuando quieres atención. Hasta que un día, aprendes que con tu boca, labios y lengua puedes empezar a generar diferentes ondas auditivas, diferentes sonidos. Y, cuando esa posición de la boca te lleva a decir de forma casual, “ma” o “pa”, sabes que algo grande ha pasado. Los ojos de tu madre brillan más que antes, llama corriendo a tu padre, llama corriendo a tu abuela, a su amiga, parece que has hecho algo muy bien, así que intentas repetirlo. Y la reacción se repite. Diferentes circuitos neuronales empiezan a dispararse, la dopamina inunda tu pequeño cerebro, una acción se refuerza. Y así, poco a poco, vamos modificando nuestro comportamiento basado en lo que vemos, en lo que aprendemos.
Y es que aprender es eso: la forma en la que cambiamos nuestro comportamiento en base a algo que hemos captado a través de nuestros sentidos. Escuchar, observar, entender, integrar, aplicar y modificar conducta. Si no hemos cambiado nada, no hemos aprendido nada. Porque mucho puedes escuchar una frase, mucho te la pueden repetir, mucho puede resonar en ti, que si no cambias tu conducta, no habrás aprendido nada. Para mi cambio y aprendizaje son palabras hermanas. Cuando aprendemos, algo dentro de nosotros cambia, algo hace click, algo se genera y algo se destruye. Nuestro yo del pasado deja de existir, para que nuestro yo del presente se enfoque en crear a nuestro yo del futuro. Y es que no puedes pretender construir un futuro si tu foco está en mantener un pasado que no quieres que cambie. Eso es nostalgia, no libertad ni soberanía.
Desde hace muchos años soy un firme defensor del aprendizaje continuo, de no parar nunca de aprender, de conocer, de saber. Lo que hacemos en la escuela, en el instituto o la universidad es aprender a memorizar, a acumular conocimiento que quizás algún día podremos relacionar con situaciones que nos ocurran en nuestro día a día. También es un lugar de aprendizaje de rutinas y hábitos, donde nos enseñan a qué hora hay que estar en un sitio, a qué hora tendremos X asignatura o qué día tendremos el examen. Pero no es un lugar donde nos enseñen a aprender. No es un espacio dedicado en su mayoría al pensamiento crítico, al estudio del aprendizaje para optimizarlo, para que seamos unos verdaderos cracks aprendiendo, que al final del día es lo que nos llevará a evolucionar, a mejorar, a crear y conectar nuevos puntos en nuestra sociedad.
Escuchaba el otro día que la inteligencia es la rapidez con la que aprendemos, que, una vez que ya sabemos lo que es aprender, se resumen en la capacidad para ser ágiles cambiando y adaptándonos a las nuevas circunstancias, y me encanta. Porque de nada sirve leerte un libro si no cambia tu forma de actuar. De nada sirve tragarte un podcast de 30 minutos o leerte esta newsletter si luego no aplicas o integras nada de lo que te he explicado. Aún así, creo que hay algo que esa teoría pasaba por alto que me gustaría destacar. Hay aprendizajes que no son conscientes, que no tenemos por qué empezar a aplicar nada más leerlos. Son lecciones que necesitamos dejar reposar, que tenemos que dejar crecer y nutrir en calma y soledad. Son semillas. Quizás esta newsletter no te hace levantarte de la silla y empezar a accionar (aunque espero que si) pero planta en tu red neuronal una semilla, una idea: para aprender realmente tendría que accionar en lo que estoy aprendiendo, y eso, empezará a crecer y a retro-alimentarse dentro de tu cabeza, si lo dejas.
He dicho antes que aprendemos cuando cambiamos nuestro comportamiento en base a la nueva información que tenemos, o a lo que nuestros sentidos nos han contado. Ahora, vamos a ver cual es la mejor forma que he encontrado de incorporar nuevo conocimiento a nuestra vida. Existe una forma natural, nativa y fácil de poder hacerlo. Una vía que no nos requiere esfuerzo, nos motiva e incluso nos genera cierta adicción. Quizás si has llegado hasta aquí ya lo hayas adivinado: el juego. Jugar es una de las primeras y mayores actividades en los niños. Juegan durante horas, desarrollando la imaginación, practicando el lenguaje, entendiendo cómo funciona el mundo externo y su mundo interno. El juego permite generar hasta 40 veces más sinapsis o conexiones neuronales que si aprendiéramos de forma ordinaria. Jugar nos hace ver cualquier objetivo como un reto, como una prueba a superar, lo que nos da motivación, fuerza, capacidad de superación y perseverancia. Casi nada, ¿eh?
Para mí, uno de los grandes secretos en la capacidad de cambio y evolución de una persona (y la velocidad de ese cambio) es en la perspectiva adoptada cuando abordamos esa situación. Si lo hacemos desde el punto de vista del juego, lo veremos como un objetivo a superar, algo de lo que somos capaces y que nos invita a jugar con ello, a experimentar. Y eso es muy poderoso, porque de repente no es que estés fastidiado porque te han echado de tu trabajo y la incertidumbre no te permite ver más allá de tu preocupación, si no que al tomártelo como un obstáculo a superar, o una oportunidad a explorar, empiezas a encontrar nuevas formas de ver el mismo problema. Empiezas a ver que quizás estabas muy acomodado en ese trabajo, que no era algo que te motivaba, o que los compañeros eran insoportables. Y que esta situación es una oportunidad para empezar de nuevo, para hacer reset con los aprendizajes que te llevas de esa etapa. Y empiezas a ver las posibilidades infinitas de tu nuevo futuro, un lugar en el que puedes ser lo que decidas ser, donde se abren tantas posibilidades como ideas en tu cabeza, y en el que de repente la zona de confort deja paso al crecimiento y a la evolución. Y todo por tomártelo como si de un juego se tratara, no porque no sea importante o porque hayas dejado de tener responsabilidad, si no porque es la mejor forma de hacer tu trabajo, de vivir tu nueva realidad. Si nos tomamos las cosas desde ese prisma, empezaremos a entender que a esta vida hemos venido a jugar, a decidir entre mil y un futuros que se nos presentan delante, a ponernos en primera fila y ser protagonistas de nuestra vida, no a dejar que ésta corra delante de nuestros ojos sin que nosotros tengamos capacidad de actuación. Esa mentalidad (la de víctima) se queda muy pequeña para nuestro verdadero propósito y potencial, el de ser soberanos de nuestra realidad.
Aprender es jugar. Es entender que en este juego, la única forma de perder es dejando de jugar.
Si te apetece conocer la teoría que uso para integrar nuevos conocimientos de forma más productiva en mi día a día, te animo a escuchar el episodio del podcast que acaba de salir, en él, hablo del aprendizaje pero también de esta teoría que escuché por primera vez a Elon Musk y que me ha permitido entender mejor cómo funciona el mundo en el que vivimos, y cómo estructurar todo ese conocimiento.
Nos vemos allí, o si no, en el futuro,
Fabián
Me ha interesadi y gustado mucho.